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miércoles, 18 de agosto de 2010

MALDITA GULA: A QUIÉN NO LE GUSTA COMER

Con piedra y palo, cuchillo y cimitarra, con fuego y tambor avanzan los pueblos a la mesa. Los grandes continentes desnutridos estallan en mil banderas, en mil independencias. Y todo va a la mesa: el guerrero y la guerrera. Sobre la mesa del mundo, con todo el mundo a la mesa, volarán las palomas.

Busquemos en el mundo la mesa feliz.

Busquemos la mesa donde aprenda a comer el mundo. Donde aprenda a comer, a beber, a cantar!

Con estas palabras, Pablo Neruda daba inicio a su libro "Comiendo en Hungría", texto que, escrito junto al célebre escritor guatemalteco, Miguel Ángel Asturias, hablaba sobre la exquisita gastronomía de los Magyares, y dejaba de manifiesto el gusto por la buena mesa que siempre tuvo "el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma", como lo catalogase otro grande, Gabriel García Márquez.

Y es que comer, nutrir, saborear, tragar, deglutir, morfar, merendar, engullir, zampar, ingerir, embuchar, devorar, o como quiera que se le llame, es, sin duda, uno de los placeres más fascinantes, envolventes, seductores y adictivos que existen.

No por nada, los Romanos gozaban con febriles banquetes que ponían a prueba hasta el estomago más exigente. Así, y tal como lo postula el historiador chileno, Gabriel Carranza, "Las cenas se servían en cantidades tan abundantes que llevaba a algunos comensales a inducirse el vómito, a través de la conocida pluma de avestruz, para no perderse ningún manjar".

Siguiendo con los Romanos, su gusto por la buena mesa llegaba a extremos tales que el “culto” a la comida llevó a abusos tan memorables dentro de los emperadores que Calígula servía en sus banquetes panes hechos con oro; o que Maximiano fuera recordado como un de los hombres más glotones de sus tiempo, por haber engullido 20 kilos de carne y 34 litros de vino en un solo día.

Tan así era la pasión romana por engullir que, y para seguir batiendo la mandíbula, idearon un eficaz sistema que llegó a hacerse muy popular en todo el imperio: el "Vomitarium", una sala contigua al lugar de los banquetes, donde, y con sólo una pluma, los comensales liberaban rápidamente el peso del estómago, permitiéndoles no perderse alguna nueva exquisitez que apareciera en el postre o “segunda mesa".

En fin. La pasión por la comida o por el buen comer, es tan antigua como el mismo hombre. Quién no se ha saboreado con un rico pedazo de carne, un pescado rebosado de limón, un pastel férvido de azúcar o con un simple trozo de pan.

Maldita Gula, nace para comentar, advertir, orientar y celebrar el comer y todo lo que derive de aquello. Bienvenida, gente y ¡ bon appetit!.

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